(Des)apego
- 5 mar 2023
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El desapego es como el brazo de una enredadera que al marchitarse suelta aquello que abrazaba.
Roto el vínculo, lo que queda sin abrazo va adquiriendo un tufo a fango.
Que es a lo que empezó a olerme la carrera por la opulencia, esa persecución incesante del exceso material de lo que se compra con dinero.
¿Cómo y cuándo tuvo lugar tal desapego? No estoy tan seguro.
A la vez, ha venido creciendo en mí un apego por aquellas cosas que originalmente no tenían precio.
Lo cual, paradójicamente, es la misma razón por la que esas mismas cosas carecen de valor para muchos otros.
Me refiero a aquello que el lugar nos comparte a manos llenas para sostener las vidas: lo que el río hace fluir, lo que el suelo ayuda a brotar, lo que el árbol proyecta en un día soleado.
¿Acaso ese desapego está relacionado con este apego?
Tal interrogante daría para esbozar toda una teoría sobre la relación inversamente proporcional entre dos situaciones.
Pero lo inversamente proporcional es una relación matemática, con variables, magnitudes, factores y cosas de ese estilo…
Ese es un lenguaje lógico que presume de “verdades objetivas” que sirven para manejar el mundo.
Pero dicho lenguaje, además de ser aburrido, es falaz.
Una variable no puede capturar el apego que hay en la intimidad de una María o de Pedro.
Tampoco en la de una roca de montaña, ni en la de una torcaza, ni en la de una zinnia.
Cuando me miro al espejo no veo variables.
Hay que cambiar de lenguaje para encontrar maneras diversas de acceder a lo cotidiano.
Y, por fin, dejar de vivir contabilizando y calculando todo el tiempo.
Habrá que plagar de figuras literarias nuestra habla, llenarla de hipérboles, metáforas y símiles, hasta que se ilumine el mundo con la poesía y sus verdades.
Esas que posibilitan otros afectos, nuevos apegos.
Por ejemplo, desde que vivo en el campo me he involucrado en una secreta relación amorosa con la lluvia, el sol, las plantas y algunos animales.
Y he aprendido a rastrear las huellas de su fluir en todo lo que me rodea y en mí mismo, en mi cuerpo.
Ahora soy un animal feliz que ya no quiere vivir alejado de su lugar.
Ese que está saturado de tonalidades de verde, de gorjeos matutinos, de brisa y de olor a helechos.
Ahí experimento plenitud, completitud.
Así sea por un instante.

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